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Recuerdo mi paso por una antigua farmacia de barrio, trabajaba cumpliendo la función de cadete, además ayudaba en el laboratorio al farmacéutico que por cierto recuerdo con gran cariño. En aquél entonces era normal la preparación de todo tipo de remedios. Don Aquilino, además de cumplir con su función específica también ayudaba generosamente a los enfermos que lo requerian, y por supuesto sin cobrarle un centavo, un detalle interesante, si aquellos no cumplian sus consejos más les valía no aparecer por allí, puesto que la reprimenda era fatal.
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